miércoles, 4 de marzo de 2009

CRISIS MUNDIAL: UNA GRAN OPORTUNIDAD PARA LA ARGENTINA Por Hector Sandler


La crisis financiera estallada en el 2008 abruma a la mayoría de los países en las zonas más desarrollados del mundo: EEUU, Europa y Japón. Esta crisis es atribuida (con cierta ligereza, pero no sin alguna razón) a la codicia reinante en el mundo del “papel moneda” o, si se quiere, de los “títulos” que consignan “derechos a adquirir” cosas. Es decir al mundo de los valores representativos de riqueza. No he visto en estos diagnósticos (salvo rara excepción) vincular la crisis a la condición de algunas “cosas” del mundo material ni tampoco a la “forma legal” en cuanto dispone cómo algunas cosas de ese mundo (el que en definitiva es el orden económico que importa directamente a los hombres) son adquiribles o usables en cada país. Tal predominante enfoque aparta necesariamente la vista de lo que más se debiera observar: la base de la economía humana (la tierra) y los efectos con figurativos que la renta económica del suelo tiene en la configuración del orden económico y del sistema monetario.

Esta crisis tiene muchas manifestaciones apreciables por los sentidos físicos: locales cerrados, empresas quebradas, gente desesperada por la pérdida de sus ahorros, etc. Pero, quizá la más conmovedora y grave muestra, sean las falanges de cientos de miles de personas que han perdido su empleo y otros millones temerosas de perderlo. De hecho son millones de seres humanos, hábiles para trabajar en los más distintos rubros que, de pronto, “sobran” en su país. Lo único que veo, por el momento, es que los gobiernos de esos países caídos en la crisis, es tratarlos como “asilados”. Este asilo por parte del Estado (lógica desde un punto de vista compasivo), revela poca predisposición a revelar las causas por la cuales de un día para otro millones de personas útiles han pasado a ser inútiles para ellos y para los demás Esto anticipa que algo mal huele en el orden económico de los países castigados por la crisis. Aunque este asunto del “orden económico” y la dependencia para su constitución del “ordenamiento legal”, es quizá el asunto más importante a tratar. Pero no deseo abordarlo en esta ocasión. Mi interés ahora es recurrir a la imaginación del lector para analizar las ventajas potenciales que la crisis tiene para nuestro país, sobre la base de comparar algunos datos de esta realidad con datos reales nuestros. Y, con ese cuadro comparativo, hacer pensar sobre cual es la principal “política de estado”, la que más nos conviene. No propongo “soluciones”; me propongo estimular el arte de pensar sobre la realidad concreta.

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Comencemos por decir todo “asilado” en su propio país es un candidato a ser un “exiliado” y, como en este caso se está condenado a serlo por causas económicas, estamos frente a un formidable potencial movimiento migratorio mundial. Todas estas grandes migraciones han sido siempre por el incontenible impulso de abandonar el lugar en que se padece para radicarse en otro en que se esté mejor. Quien emigra por no tener derecho a trabajar para ganarse el pan, tratará de ir allá donde con su trabajo pueda “ganarse la vida”, que en el suyo considera en trance de perder.

Iniciemos un periplo imaginario para presentir las posibilidades que ofrece el vasto territorio argentino para dar cabida física (en condiciones humanas dignas) a hombres y mujeres deseosos de “ganarse el pan” con su trabajo. Para ello es conveniente poner entre paréntesis el hecho que esa posibilidad de “ganarse el pan” esta siempre mediada por el tipo de orden económico (los hay centralmente dirigidos, de mercados monopólicos, de libre mercado, etc. ). Dejemos también de lado el examen de la dependencia que tiene el orden económico del tipo de orden legal (derecho positivo); unos sistemas reconocen posibilidad de establecer derechos reales sobre algunas cosas; otros sobre las personas (esclavitud, servidumbre, etc.); algunos permiten contratar sobre lo que otros niegan; no faltan los que reconocen solo “derechos humanos” del individuo, mientras otros aceptan “derechos humanos individuales y sociales”, etc.). Dejemos por el momento todo esto de lado, como así también que el derecho positivo depende, a su vez, del tipo de orden político (los hay simplemente democráticos, democráticos liberales, autoritarios, totalitarios, etc.) y finalmente, suspendamos también el examen sobre el sentido de estas dependencias, pues en los hechos puede darse en sentido contrario al inventariado. Apartemos la vista de todo este complejo mundo de relaciones entre las distintas esferas de la vida social a los efectos de ver limpia y claramente que la vida social (y las esferas que en ella se crean ver), no son posible de ningún modo a seres humanos que no cuenten con un espacio geográfico. A este espacio – base de la vida y recurso fundamental de la economía humana - los economistas clásicos denominaron “tierra” y hoy, aunque de modo menos preciso, se nombra con la expresión “recursos naturales”. Quien desee inquirir sobre los problemas sociales ha de vivir esta idea. Quien se contente con decir “sí, claro, la tierra es un factor, pero no más que un factor” y comience a discursear sobre los otros múltiples factores, no alcanzará a penetrar en el nudo de la mayoría de las cuestiones sociales que le preocupan y que asuelan al hombre de hoy. A partir de esa “desconsideración” sus conclusiones serán mancas y sus propuestas de reforma social ineficaces cuando no dañinas.

Hecha esta advertencia, pido al lector reflexione sobre los datos que transcribo a continuación. Como la Argentina tiene un territorio continental (sin Malvinas ni su sector antártico) de 2.780.400 km2 y su población ronda en los 36 millones de habitantes, es frecuente leer que somos un país “poblado”. Y lo somos a razón de unos “13 h/m2”. En términos geográficos y económicos rigurosos ambas afirmaciones, si bien son verdades “aritméticas”, no reflejan la terrible realidad social argentina. Es decir, no exponen “la verdad”.

En principio la Argentina se ha caracterizado a partir de mediados del siglo XX por ser un país altamente urbano. Sin pretender completa exactitud en el dato, no yerra quien afirme que alrededor del 80% de su población (quizá algo más y nunca menos) vive en pueblos, ciudades del interior y capitales. Esto equivale a decir que alrededor de 29 millones de personas viven en zonas urbanas.

Si en forma grosera conjeturamos que la suma de las superficies ocupadas por pueblos, ciudades, capitales de provincia y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, alcanza a la cifra de unos 30.000 km2. La cifra peca más bien por exceso que por defecto. Piénsese que una región tan poblada como la Capital Federal apenas ocupa 200 km2 y que muy difícilmente 22 ciudades capitales del interior ocupen mas de 22.000 km2.

Este rápido cálculo lleva a estas conclusiones:

a) que alrededor de 29 millones viven y trabajan en una superficie de unos 30.000 Km2;

b) Que el resto de la población estimada (36 menos 29 millones), es decir 7 millones viven y trabajan en el resto de la superficie ; o sea en 2.750.040 km2 ( 2.780.440 Km2 – 30.000 Km2).

c) Que el promedio “aritmético” de la población urbana pareciera ser de alrededor de 1000 h/km2. Pero esto no es verdad, porque en la superficie puntual de la Capital federal duermen unos 15.000 h/km2, y hacen vida diurna (trabajan) muchos más; en el cinturón del gran Buenos Aires la densidad demográfica oscila alrededor del los 4.000 h/km2. Tales “densidades” echan mucha luz sobre la degradación de la vida en esa pequeña zona y la aparición del delito cotidiano; y

d) Ahora otra conclusión no menos mala: la densidad demográfica en el resto del país (7millones de habitantes / 2.750.040 km2/) apenas llega a 2,5 h/km2. (Si hacemos al calculo sobre el territorio total argentino sumando Malvinas mas sector antártico , 3.761.274 Km2, la densidad demográfica es menor: de 1,8 h/km2). En ambos casos, en ese vasto continente, no hay población suficiente para alcanzar una sociedad superior a la del neolítico, que demanda 12 h/km2. Ni mucho menos para una industrial que demanda – según el economista germano Wagner – más de 50 h/km2.

En otras palabras: el territorio argentino está físicamente despoblado. Considerando la magnificencia de sus ríos, sus recursos hídricos subterráneos, sus mares y lagunas, sus minerales y sus pampas, coronado todo por un clima excepcionalmente favorable a una regular y civilizada vida humana, hay que reconocer que la Argentina es, seguramente, el mayor “baldío” del mundo.

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Juguemos con la imaginación, recurso tan barato como productivo. Si la casi totalidad del territorio argentino, según lo expuesto, esta baldío en la friolera del 99% de el esplendido espacio sobre el que ejercemos dominio político, dada la colosal crisis económica mundial, cuyo mas claro efecto son “poblaciones sobrantes” (carentes de trabajo), ¿ no será necesario cumplir con el mandato originario, según el cual nuestro país se constituyó para sus habitantes “y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”? ¿No es acaso necesario pensar para bien nuestro y de los necesitados del mundo, abrirles nuestro territorio, para que el vigente mandato alberdiano – “gobernar es poblar” – se cumpla en toda su medida? ¿Acaso no está ocurriendo (salvando lo accidental) lo mismo que en los 1860, cuando se hizo del “defecto” (el desierto) “virtud” (capacidad para generar la Argentina moderna y pujante), incorporando a los hombres “sobrantes” de entonces?

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No se me escapa que lo que sostengo y propongo ha de ser calificado, en el mejor de los casos, de quijotesca locura, y más probablemente de simple desvarío. Merezco este último calificativo, sin duda, si pretendiera que lo que propongo se llevara a cabo manteniendo el orden legal vigente, tal cual existe. Seamos claros de una vez: el orden legal vigente (no importa por cuales de sus leyes, decretos o sentencias) es el directo responsable del desagraciado y lamentable cuadro que acabo de describir: “islas de hacinamiento urbano” (si pueden llamarse urbes a las decenas de miles de villas miserias) en medio de un infinito “baldío”. Ese orden legal, ese derecho positivo ha frustrado a la generosa Constitución Nacional argentina.

También merecería ser calificado de desvariado si pretendiera que se legislara para (de una buena vez) poblar nuestro “baldío” de inmediato. No es posible dada una dirigencia política y una elite académica que ni siquiera, por lo que se ve, alcanza a percibir el problema. Pero aun en el caso que fuera lo suficientemente esclarecida ¿podría legislarse para “aprovecharnos” de esta terrible crisis mundial y así “poblar el país”, si no se ilumina la cultura popular por un pensar y un sentir más refinados? Sin embargo, pese a que se trate de un largo camino ¿era mas corto en 1853?), corresponde hacer estos planteos para salir del corsi e ricorsi en el que estamos clavados de desde hace décadas.

Quien cree que desvarío, está complacido con la frustración de la Argentina, casi centenaria. Y, si no está complacido (que ha de ser el mayor número), tiene una doble obligación: por una parte dejar de lado todas las teorías y argumentos con los que ha contado en los últimos 50 años sobre las causas de nuestra inexplicable decadencia, pues basados en ellos se ha tratado de corregirla, con el resultado de resonantes fracasos en el afán de cambiar del “declive de la decadencia” al “orden de prosperidad general”.

La otra obligación consiste en detenerse a meditar sin prejuicios sobre el enigma que presenta nuestro país, tan bien dotado de recursos naturales, con una población de envidiable condiciones y que, sin embargo, no puede “constituirse” como lo planeó la Constitución originaria.

Un aporte final. Hemos visto que en el territorio “baldío” la población oscila alrededor de los 2 h/km2. Se trata nada mas ni nada menos que de 2.750.040 km2. Pues bien; elija el lector. Supóngase que acertamos con una legislación adecuada para que se haga realidad “gobernar es poblar”. Si el lector eligiera que como modo para el bienestar social el de Europa “en general”, debiera hacerse a la idea que ese baldío debiera poblarse a razón de 100 h/km2. Así las cosas, la Argentina en ese territorio, alcanzaría una población de 275.000.0000 de habitantes.

Otro lector podría sostener: no me satisface el modo de vida “general” de los europeos. Para mi gusto prefiero un orden social como el de los Países Bajos. Pues bien, como éstos están poblados a razón de unos 400 h/km2, si su deseo se lleva a cabo, la población argentina se elevaría a …. 1000 millones de habitantes, sin ninguna razón para que vivan peor que los holandeses.

Pero un tercer lector, atendiendo a la calidad de vida de Singapur (el alfabetismo alcanza al 92% de la población), pudiera elegir que la Argentina viviera como los habitantes de esta ciudad. Su territorio es apenas de 700 km2 y su población suma 6.500.000 personas, lo que da una densidad superior a 9.000 h/km2. Si la Argentina se poblara como Singapur (contando nosotros con muchos mas recursos naturales para vivir mejor) , el territorio “baldío” posibilitaría vivir muy bien a….más de 2.000 millones de almas.

¿No le parece al lector que vale la pena meditar sobre nuestra potencial realidad, en esta hora de un mundo lleno de hombres y mujeres sin trabajo deseosos de vivir en la “tierra prometida”?
Nuestros atribulados compatriotas y millones de seres en el mundo merecen que utilicemos nuestro saber e imaginación al servicio de un país posible.

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