viernes, 1 de julio de 2011

Los indignados y el sistema de impuestos


INDIGNARSE NO ESTA MAL. PERO ES MEJOR SABER Y ACTUAR
Héctor Sandler, Profesor Consulto, Derecho, UBA

En la edición del Miércoles 29 de Junio del 2011del periódico capitalino “Ámbito Financiero”, se publican datos muy importantes para el conocimiento del real orden económico argentino. Al menos en lo principal: sus fundamentos. Los que condicionan y determinan su restante configuración y con ésta los procesos cotidianos que dentro de ese orden se han de dar, más allá de las esperanzas de la gente.

El tenor del artículo revela el creciente valor de la tierra en Argentina. En ninguna de sus partes se da cuenta que puede significar un síntoma negativo para la buena salud de la sociedad. En general el aumento del valor de la tierra es tomado como síntoma de una recuperación económica cuando no prueba de prosperidad. Tomarlo así, sin más ni más, es un tremendo error, causante de las mayores crisis conocidas en todas las épocas y en especial a comienzos del Siglo XXI – 2008 - en los EEUU y en Europa.

No puede negarse que ese aumento del valor de la tierra algo tiene que ver con la prosperidad de una sociedad. Los llamados “buenos tiempos” han arrancado siempre con un firme crecimiento de ese valor. Lo que se calla por causa de una ciencia social defectuosa e ignora por una educación de la calle derivada de un orden institucional perverso, es que al crecimiento de los valores de la tierra – rural y urbana – en un plazo de alrededor de dos décadas, contados desde el comienzo del auge inmobiliario (F. Foldvary y F. Harrison) , comienza abruptamente la depresión económica, la multiplicación de los conflictos sociales y el desanimo político, todo lo cual induce al mal uso de la democracia cuando no a su sustitución. Al ápice se lo llama “crisis”.

Por estas breves razones hay que tomar a la información de Ámbito Financiero como verdad alarmante. Según encuesta realizada por la inmobiliaria L. J. Ramos, el precio de la tierra dedicada a las tareas agrícolas – en el último año- ha aumentado, en promedio, de modo extraordinario. “En el último año – dice – los valores de la hectárea de campo en la zona núcleo, comprendida por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, se elevaron un 20%”. Pero este es solo un promedio. En determinados lugares a la fecha (mediados del 2011) los precios alcanza a los 30.000 dólares la hectárea. En los alrededores de la Ciudad de Buenos Aires y se elevan a 40.000 dólares en el valle cuyano de Mendoza”

Según la encuesta los precios varían bastante incluso en lugares geográficamente muy próximos cuando no vecinos. Se informa que en la zona denominada “cercanías de la Ciudad de Buenos Aires”, la hectárea se cotiza entre 7.000 y 30.000 dólares. Importa mucho este fenómeno. En primer lugar, porque nada tiene que ver con las condiciones naturales del suelo. Otras son las causas. Es muy ilustrativo examinar las causas que inventarían los autores del informe. Para ellos los diferentes precios se deben a las distintas actividades que sobre esos lugares se cumplen. En esas tierras – dice la nota - “se pueden desarrollar actividades intensivas, emprendimientos inmobiliarios o áreas de descanso para fin de semana”.

A nadie puede escapar cuan distintas son las “actividades” mencionadas. Unas son radicalmente económicas, en cuanto se refieren a la producción de riqueza. El autor de la nota las denomina como “actividades intensivas”. La otra clase de causas es más brumosa. Habla de “emprendimientos inmobiliarios”. Este titulo puede aplicarse tanto a la construcción de diferentes tipos de edificios (causa económica) como a simples “loteos”, cuyo carácter económico, como actividad, es muy pobre. La tercera clase de causas es por completo distinta. Por su finalidad es la antitesis de la primera (la productiva) toda vez que son tierras aplicadas “al descanso para fin de semana”. Lo que queremos hacer ver es el hecho pasado por alto y que la denominación dada a esta tercera clase oculta: es seguro que un hectárea de tierra dedicada al “solaz esparcimiento” ha de ser muchas veces más cara (de mayor “valor”) que las dedicadas a las “actividades intensivas”.

Pero hay una cuarta clase de tierras a los que el autor de la nota (y el informe) solo trata muy de paso. Reconocible solo por menciones como las que siguen. “En este último año, dice el autor, aumentó la demanda de campos agrícolas y mixtos (agrícolas y ganadores)”. Pero “la disponibilidad (para satisfacerla) resulto escasa”. ¿Acaso está superpoblado el territorio argentino? Cualquier censo desmiente semejante suposición. Entonces, ¿Qué pasa para que los demandantes de tierra, en momentos de un “boom” agrícola, no pueden acceder a ella?. El propio articulista lo aclara. “Las operaciones de compraventa fueron escasas porque los propietarios no se quieren desprender de tierras valiosas”. No hay manera de entender esta información sino reconociendo, por principio, una “cuarta clase”: las tierras ociosas. Son aquellas que sus propietarios la tienen como “reserva de capital”, unos para sus nietos, otros para especular con ellas en momentos de mayor alza de su valor. En las edades premodernas se las llamaba “manos muertas”. Hoy son las “baldías”. En el campo y en la ciudad. Apartadas de la actividad económica de la sociedad por libre voluntad del, concurriendo así al aumento del valor del suelo y con ello, al de todos los precios de lo producido por el trabajo.

Sin embargo no todas las de esta cuarta clase son “baldías”. Lo aclara el propio informe que comentamos. Tras de reconocer la reticencia de muchos propietarios de tierra, con escasas operaciones de compraventa, no ha sucedido lo mismo con los arrendamientos. “Los alquileres – dice – tuvieron un buen desempeño, con pagos por adelantado”. Una manera elegante de describir un tremendo mal para la economía de una sociedad. Aquel aumento promedio del 20% del precio de la tierra en apenas un año ha resonado en los precios de los alquileres.

Aquellos dueños de la tierra que la tienen ociosa (porque no la hacen producir con su trabajo e inversión de capital), toman el camino del atajo: la alquilan. Y por las dudas, precaviéndose contra los malos resultados que le pueden ocurrir a quienes la trabajen, cobran por adelantado el alquiler. No es mal negocio. Para el dueño. Aquí hay que rememorar al ejecutivo de la General Motors que en los 1950 declaro ufano: “Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos”. No es verdad. No es verdad que lo bueno para una de las partes, sea bueno para el todo. El cáncer es al fin y al cabo una célula del organismo que se reproduce con superlativo éxito. Para ella. Pero nadie quisiera tener alguna de esas células y menos que pensaría que es bueno tenerla en su organismo.

Sin embargo así lo pensaba nuestro codificador, el distinguido don Dalmacio Vélez Sarsfield. En el párrafo 5 de la nota al Art. 2503 de Código Civil , sostiene respecto al derecho de propiedad de la tierra: “Hemos juzgado que era más conveniente aceptar el derecho puro de los romanos”. Es el actual que rige entre nosotros.
No se detuvo mucho el Codificador en pensar en las consecuencias del “desempeño” de los alquileres bajo este sistema. Le bastó con decir en el párrafo 8 de la misma nota al Art. 2503: “El contrato de arrendamiento será entre los propietarios y los cultivadores o criadores de ganado, un intermediario suficiente”. Entre los dueños de la tierra y aquellos que la requieren para vivir y trabajar.

Hay que hacerse estas reflexiones cuando la sociedad es informada en letras de molde y con tono positivo que “El campo también se aprecia: sube un 20% en la zona central”. Uno se las debe hacer poniendo un ojo en nuestro sistema de propiedad del suelo y el otro en el régimen de impuestos. Si se acepta el sistema de acceso al suelo que hemos establecido e irresponsablemente se construye (como a partir de 1932) un régimen de impuestos que tiene como principales hechos imponibles al trabajo y la producción, a la inversión de capital y el consumo, la suerte del país esta echada.
Viviremos en sucesivos y alternados ataques epilépticos decenales, llamados crisis (auge y depresión). Como sociedad, el país se fracturará cada vez más. Algunos pocos alcanzaran riquezas no correlativas a su trabajo y aun con total falta de trabajo. Muchos más, trabajando, no lograran salir de la mediocridad material. Y, para colmo de las desgracias, muchos otros sin poder evitarlo caerán en el pozo de la “marginalidad”.

Estamos en la culminación de un año electoral. No se atisba en ninguno de los partidos y fracciones de partido, la menor reflexión sobre esta tremenda cuestión. Es hora que los ciudadanos vuelvan por sus fueros.
En varios lugares del mundo – por las mismas causas raigales que acabo de exponer - se están propagando “los indignados”. Es un síntoma de sufrimiento. Necesario para hacer sospechar que algo “huele mal”. Pero por completo insuficiente. El ciudadano tiene sobre si el cargo de entender y comprender las causas que irritan sus sentimientos y, además, aplicar el pensar para suprimirlas. Sentir pensando se requiere para construir la voluntad necesaria si queremos cambiar lo que se debe ser cambiado: el régimen de impuestos.
Buenos Aires, 1º de julio del año 2011

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