miércoles, 6 de agosto de 2014

Quien desconoce el motor de la historia, jamas puede entenderla: LA CUESTION DE LA RENTA DEL SUELO



LA CUESTION DE LA TIERRA Y LA RENTA DEL SUELO (*)
Hector Sandler, profesor Consulto, Derecho UBA

A fin de la guerra civil española se radicó en nuestro país  el profesor Carlos P. Carranza, republicano liberal español.  Dedicó gran parte de su actividad intelectual a rescatar el núcleo del pensamiento económico liberal, olvidado, ocultado e incluso expresamente negado  por los Neo-liberales y los socialistas autoritarios. Explicaba Carranza a sus muy pocos alumnos que asistíamos a sus clases en el altillo de la sede de España Republicana de Buenos Aires  la singular condición que tiene la “tierra” como factor de producción y el aun más singular efecto social consistente en la emergencia sobre ella de un “valor” que no era ninguna  “cosa material” sino un ”derecho de crédito”: la renta del suelo.

Debía optar nuestra sociedad entre ¿ Capitalismo Norteamericano o Comunismo Ruso”? Es que acaso existia  – vistas las tensiones de la ya iniciada la Guerra Fria –un tercer modo de ordenar económicamente a la sociedad humana que no fueran un capitalismo dominado por unos pocos ricos y millones de pobres o el comunismo dividido entre una explotadora “nomenklatura” burocrática  que dirigía a legiones de trabajadores pobres y sin libertad alguna? Sí, la habia, era la respuesta de Carranza. Dedicó su vida  a explicarnos como ella era posible a partir de un orden económico fundado en un libre igual acceso a la tierra (urbana y rural) , igual para todos, posible gracias a un derecho positivo que recaudara la renta del suelo con destino a formar el tesoro necesario para pagar el gasto público , librando así al trabajo y la inversión de capital de los estragadores impuestos.

Entre los varios libros que escribio Carranza figuraba  el titulado “El mundo del Futuro.¿ Capitalismo Norteamericano o Comunismo Ruso”? dedicado “a la memoria de los franceses Francis Quesnay y Jacques Turgot, de los norteamericanos Thomas Jefferson y Henry George, de los argentinos Mariano Moreno y Bernardino Rivadavia, de los italianos Giuseppe Mazzini y Achille Loria y de los españoles Alvaro Florez Estrada y Francisco Pi y Margall” a quienes tenía por los “verdaderos campeones de la libertad” , cuyas magistrales enseñanzas le sirvieran  de orientación y guía para escribir sus libros.

Hoy, casi tres cuartos de siglo después, advierto que no citó entre los que debiera haber citado, al economista alemán Hermann H. Gossen, quien merecia ese reconocimiento como ningún otro vista su sagacidad en analizar desde un punto de vista de la política económica la cuestión de la renta del suelo. Era indispensable hacerlo dado el alud colectivizante que emergia ya a mediados del Siglo XIX por causa de un capitalismo rapaz que negaba la raiz para una sana economia de mercados libres: la necesidad de recaudar  la renta del suelo como primero, y si es posible, único recurso para solventar el gasto público. La misma idea que inspirara a nuestros patriotas de Mayo desde Manuel Belgrano a Esteban Echeverria.

Por ello creo de verdadera necesidad actualpara la sociedad argentina luego de tres decenios de democracia y  en vísperas electorales, conocer todos estos antecedentes. Es una cabal manera de eludir el cerco mágico en el que nos enfrentan con grave daño para todos quienes prefieren la vigencia de libertades individuales  a costa de la persistencia de horribles desigualdades sociales  con aquellos que valorizan por sobre todas las cosas a la igualdad,  aún a costa de cercenar las libertades económicas individuales. Con ese fin transcribo a continuación un fragmento del escrito actua del historiador español Jose Luis Ramos Gorostiza sobre la obra del Gossen. Los subtítulos son míos para facilitar la lectura.


CUESTION DE LA TIERRA EN EL SIGLO XIX: LA SINGULARIDAD
DEL PLAN DE NACIONALIZACION DE HERMANN H. GOSSEN

A lo largo del siglo XIX, algunos destacados economistas que defendieron con carácter general el laissez faire y la propiedad privada —como James y J.S. Mill, Henry George, Hermann H. Gossen, Léon Walras o Philip H.
Wicksteed— coincidieron en ver en la tierra un caso excepcional por razones tanto filosóficas cómo económicas,y abogaron por medidas tan radicales como la confiscación de la renta pura o la completa nacionalización del suelo. Este trabajo analiza el poco conocido plan de nacionalización de Gossen —que luego sería tomado como modelo por Walras— llamando la atención sobre su gran originalidad.

GOSSEN Y LA NACIONALIZACIÓN DE LA TIERRA

Hermann Heinrich Gossen (1810 -1858), precursor del marginalismo y de la economía matemática, permaneció totalmente ignorado hasta que primero Jevons y luego Walras lo rescataron del olvido poniendo de manifiesto los importantes logros de su Entwicklung der Gesetze des menschlichen Verkehrs (Desarrollo de las leyes del intercambio entre los hombres) [1854]. Hoy Gossen es recordado en los manuales de historia del pensamiento económico por sus famosas leyes, que hacen referencia, respectivamente, a la idea de utilidad marginal decreciente y a la condición de equimarginalidad para la maximización de la utilidad.

Programa para la política económica y social
Sin embargo, además de las investigaciones teóricas de la primera parte de su libro, en la segunda parte desarrolló un amplio programa para la política económica y social. Entre sus propuestas concretas en este terreno estaba la idea de nacionalización de la tierra, que curiosamente no se relacionaba con ningún tipo de querencia por el socialismo, sino que derivaba de la visión de la propiedad privada del suelo como un importante obstáculo a la libre elección de los individuos. Con este punto de partida, y valiéndose de un tosco instrumental matemático, el alemán intentó demostrar la viabilidad de su minucioso plan de nacionalización, que en esencia consistía en que el Estado pagase la tierra en forma de una amortización a largo plazo aprovechando la apreciación del valor de la tierra —que él suponía aproximadamente constante.

La original postura de Gosen frente al socialismo colectivista
Gossen se mostraba como un convencido defensor de la propiedad privada en todos aquellos ámbitos diferentes de la tierra, pues permitía al individuo «actuar de acuerdo con las leyes naturales» —o «vivir de acuerdo con la religión del Creador»—, y además le aseguraba que obtendría «el fruto completo de su trabajo».

En consecuencia, Gossen rechazaba explícitamente el socialismo: le parecía incomprensible que se hubiera podido llegar a la confusión que suponía «la creencia de que con la destrucción completa o parcial de la propiedad privada el bienestar de la humanidad podría mejorar». Por el contrario, consideraba que la historia probaba que las naciones progresaban en su bienestar precisamente a medida que avanzaba la protección de la propiedad privada, y para ilustrar esto último ponía el ejemplo de las tribus indias de Norteamérica y de las antiguas tribus germánicas, sociedades atrasadas en las que dominaba la propiedad comunal de las cosas.

Según Gossen, la destrucción total o parcial de la propiedad privada tendría graves consecuencias no deseadas, aunque quizá poco tangibles al principio: habría una reducción acumulativa en la actividad productiva y una disminución demográfica, pues «el crecimiento de la población [era] una mera consecuencia del incremento del bienestar». Por otra parte, «el sufrimiento de la clase trabajadora no se [debía] a las relaciones de propiedad establecidas», y por tanto, «no [podía] ser corregido mediante la abolición de la institución de la sociedad privada». Además, la «autoridad central proyectada por el comunismo con el propósito de asignar los diferentes tipos de trabajo y sus recompensas pronto encontraría que se había impuesto una tarea que [excedía] con mucho la capacidad de cualquier individuo».

La propiedad privada base de la sociedad humana
Tras exponer todos estos argumentos, Gossen concluía que «la mayor protección posible de la propiedad privada [era] definitivamente la mayor necesidad para la continuidad de la sociedad humana». La protección de la que hablaba el autor alemán significaba, en sus propias palabras:
1) que el individuo pudiera «seleccionar la rama de producción que le parezca más
ventajosa y participar en ella»; y
2) que el individuo pudiera «recoger todo el fruto de su trabajo y hacer de él el mejor uso
sin ningún impedimento de la ley ni de sus semejantes».

Todas las posibles trabas que supusieran impedimentos al cumplimiento de alguno de estos dos principios debían eliminarse: por ejemplo, la primogenitura, las medidas que restringían los tipos de interés, las leyes sobre herencias que trastocaban en algún
grado la voluntad de los benefactores, los aranceles, los subsidios dados por el gobierno —directa o indirectamente— a la Iglesia, las artes, las ciencias o los pobres7, …, y también la propiedad privada de la tierra.

Según Gossen, el efecto de la propiedad privada de la tierra era que «el individuo no [estaba] en posición de elegir la que [era] —a su juicio— la mejor localización sobre la superficie de la Tierra para el propósito de su actividad productiva». Además, bajo el sistema de propiedad privada se dejaba a la voluntad arbitraria del propietario decidir si la parcela que le pertenecía iba a ser dedicada a la producción más apropiada, lo que a menudo frustraba la buena organización de un determinado sector de actividad.

Los objetivos de la nacionalización del suelo
Los problemas anteriores sólo podrían corregirse «si los derechos de propiedad de todas las tierras se reservaran para la comunidad en su conjunto». De hecho, la nacionalización de la tierra debía plantearse con tres objetivos básicos.
Primero, eliminar el principal obstáculo a la libre elección de los individuos de la mejor localización para sus actividades productivas, a saber: la posición monopolística de los terratenientes.
Segundo, convertir el incremento sostenido de las rentas en un ingreso en beneficio de todos.
Tercero, obtener para cada parcela el mejor servicio posible acorde a sus
cualidades, encontrando a la persona capaz de pagar la renta más alta.

La renta de la tierra y el sistema de impuestos
Junto a estos propósitos fundamentales, Gossen reconocía además otras ventajas adicionales de la nacionalización de la tierra. Así, por ejemplo, las relaciones legales entre los individuos se simplificarían y las disputas respecto a los límites de los derechos individuales llegarían a ser excepcionales. Por otra parte, para un gran número de operaciones productivas, el capital requerido se reduciría en el precio de compra de la tierra, que ya no sería necesario pagar. Pero quizá lo más significativo era que la comunidad podría obtener un importante flujo de ingresos públicos «sin las vejaciones e injusticias inseparablemente asociadas con cualquier sistema impositivo»  

El fin de encontrar a la persona capaz de pagar la renta más alta y obtener el mejor servicio posible de la tierra acorde a sus cualidades se lograría alquilándola en subasta pública al mejor postor, de forma que todos los individuos pudieran competir libremente por cualquier localización. Parcelas de un determinado tamaño —el requerido, según la experiencia, para que la producción fuera lo más eficiente posible— se alquilarían a los
individuos de por vida9.

El Estado sólo podría dar por finalizado unilateralmente un contrato de arrendamiento si el individuo no pagaba durante más de tres meses, en cuyo caso se entendería que era incapaz de hacer frente a la renta acordada (que se revisaba anualmente). Sin embargo, a iniciativa del arrendatario el contrato podría terminar en cualquier momento, siempre avisando con tres meses de antelación. Además, el Estado prestaría a los arrendatarios los fondos necesarios para mantener la parcela en buenas condiciones de producción o para introducir mejoras que fueran inseparables de la tierra de labor.

Según Gossen, durante el período de duración del arrendamiento el arrendatario disfrutaría de pleno derecho de uso de la tierra con total libertad, lo que a primera vista parece significar que sólo él tendría capacidad para determinar lo que se produciría en su parcela y las mejoras que serían introducidas en la misma. Sin embargo, Gossen admitía la posibilidad de que el gobierno pudiera llegar a cuestionar —o matizar— los planes del arrendatario a partir del juicio de expertos. Por otra parte, aunque en principio el tamaño de las parcelas en alquiler vendría fijado unilateralmente por el gobierno, dicho tamaño podría modificarse con posterioridad por iniciativa de los propios individuos, a través de acuerdos particulares entre ellos con las correspondientes compensaciones. Ello permitiría que el tamaño siempre fuera el adecuado a las cambiantes condiciones económicas y tecnológicas.

Al revisar anualmente la renta que debía ser pagada habría que tener en cuenta que, con el aumento de la población y del bienestar general, «muchas ramas de producción [tendrían] que desarrollar localizaciones antes no usadas por los altos gastos de inversión inicial y mantenimiento», y esto sólo podría tener lugar «cuando el precio del producto [hubiera] cambiado suficientemente para cubrir estos costes». Es decir, la renta de las tierras ya en uso para la producción crecía de forma sostenida con el continuo aumento de la población y del bienestar. Pero además, del incremento de la población, tanto el aumento de la velocidad de circulación del dinero (debida a mejoras organizativas), como la mayor producción de metales preciosos (por los descubrimientos de minas en Australia y California) conllevaban un incremento de las rentas pagables.

Conviene aquí aclarar que la idea gosseniana de renta es coherente con el objetivo fundamental atribuido a la nacionalización de eliminar la «posición monopolística de los terratenientes », facilitando un mejor funcionamiento de la economía de libre mercado. Así, al aproximarse al problema de la renta de la tierra, Gossen recalca la idea de Adam Smith de que la renta es un elemento de monopolio, e insiste en que la propiedad de la tierra es el principal obstáculo a la libertad de elección necesaria para que operen las leyes del Creador (Gossen, .Es decir, como Smith, Mill, o —más tarde— George,Gossen parece entender la propiedad de la tierra como una barrera de entrada que niega a las siguientes generaciones el acceso al recurso en las mismas condiciones que la primera generación (a un coste real original de producción nulo).

Con este punto de partida, Gossen considera que el origen de la renta de la tierra está en las diferencias de situación y fertilidad. La renta de la tierra  debe pagarse simplemente porque la tierra en cuestión ofrece «resultados más ventajosos para el trabajo»: «iguales dosis de trabajo rinden resultados muy diferentes dependiendo de la localización, la cual, debido a condiciones naturales o creadas por el hombre, beneficia al trabajo en grados variables» . Como puede observarse, no se hace referencia explícita a la idea de rendimientos decrecientes, es decir, la renta se presenta como dependiente del margen extensivo de cultivo. Tampoco se hace explícito el supuesto de considerar que la tierra se dedica básicamente a un único uso.

(*) Fragmento de la publicación LA CUESTION DE LA TIERRA EN EL SIGLO XIX: LA SINGULARIDAD
DEL PLAN DE NACIONALIZACION DE HERMANN H. GOSSEN de José Luis Ramos Gorostiza, perteneciente al  Departamento de Historia e Instituciones Económicas I. Universidad
Complutense de Madrid.

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